domenica, dicembre 11, 2005

El teléfono siempre suena de madrugada. Las llamadas más importantes son siempre las que tienen lugar después de las doce campanadas. Y por la mañana se rompe el hechizo. Ojalá no fuese así y fuese siempre de noche. Ojalá no saliese el sol cegador y pudiésemos permanecer hundidos entre las sábanas, con la pobre iluminación que desde las farolas se cuela por entre las rendijas de las ventanas y cuyo reflejo dibuja un póster de rayas blancas y grises en la pared. Cinco minutitos más. Alejarse para no morir de calor, acercarse para poder sentirlo. Escuchar la respiración, mecánica, tranquilizante, sedante. Que no suene el despertador todavía, por favor. Si le susurro algo quizás se quede en su mente como un mensaje subliminal. Debe ser una frase corta, clara, precisa, concreta. Ya está dicha ¿Quién puede querer levantarse para ir a trabajar? Uhm, cinco minutos, sólo cinco.