mercoledì, marzo 01, 2006

Fue hace algún tiempo. Las tres decidimos ser medianamente aventureras y marcharnos a un país en el que no hablaban nuestra lengua a buscar un trabajo temporal y un poco de emoción (otra cosa es que la encontrásemos). Se suponía que íbamos a ganar un montón de dinero y a perfeccionar lo que erróneamente creíamos que era un decente nivel de inglés.
Así que llegamos a la que se puede decir que, en nuestra opinión, es la capital más aburrida del mundo –que conozcamos- y empezamos a empobrecernos a pasos agigantados. Una habitación triple en un piso compartido lejísimos del centro, 300euros semanales. Un solo par de sábanas, que sospechábamos que ni siquiera habían lavado antes de que llegásemos, porque no olían bien. Hicimos un cálculo rápido de nuestro presupuesto. Podíamos gastar exactamente un euro al día, ni un céntimo más. El problema es que para poder caminar sin desfallecer hasta el centro y luego volver en lugar de pagar un autobús, teníamos que alimentarnos. Y claro, había que fotocopiar los CVs. Con tres euros al día no podíamos hacer mucho. Los primeros días comíamos sándwich con el pan de molde y el fiambre que menos mal que se nos ocurrió llevar. A veces nos permitíamos el lujazo de comprar plátanos o chocolatinas. Intentamos comer las latas de arroz con pollo que los españoles que habían estado allí antes que nosotras habían dejado, pero era mejor ayunar que ingerir aquella cosa.
Una semana dejando curricula por toda la ciudad y una sola entrevista fallida. Hasta que de repente encontramos el hotel. Y tuvimos una suerte impresionante porque allí acabamos trabajando las tres juntitas y luchando contra la opresión empresarial que ejercían sobre nosotras. En la entrevista dijimos que éramos expertas camareras. Pero no teníamos ni la menor idea y hasta teníamos dificultades para entender que lo que nos estaban pidiendo era “just a glass of water”. Así que tuvimos que aprender rápidamente, sin demasiados agobios porque lo peor que podía pasar era que nos echasen y volver a casa. Y nuestras jefas nos despreciaban no poco, pero nosotras tampoco éramos un ejemplo de sumisión jerárquica. No nos caracterizamos por nuestra dulzura y docilidad, para bien o para mal.
Tuvimos la dudosa fortuna de conocer el Tesco. Y empezamos a ampliar la lista de la compra. Pan de molde, leche y plátanos siempre. Té del Tesco. Azúcar usábamos la de T, pero luego le compramos un paquete. Mantequilla y mermelada. Arroz. Galletas de jengibre que picaban. Muslos de pollo por 2euros. Pimientos. Algún día compramos sidra y cerveza, qué exceso.
Era un poco lamentable tener diferentes turnos y vernos poco, no tener nada que hacer. Visitamos los museos, solas. Por la noche no podíamos salir, o al menos, no podíamos pagarnos una triste pinta.
De camino al trabajo, un día, vi a una de esas fruteras ambulantes que vendían una caja de fresas a un precio elevadísimo. Y yo las quería, terrible antojo que me atormentaba. Hasta llegué a soñar que podíamos pagarnos una de esas míseras cajas de tres fresas, una por cabeza.
Un día volví del trabajo, y claro, mis amigas no estaban. Estaba sólo M, que me dio, como de costumbre, nuestro correo, porque se había apoderado de la llave del buzón. Era uno de esos sobres que contenía un documento P+un número o pps o no me acuerdo, que venía siendo nuestra asistencia sanitaria. Y claro, los de mis amigas estaban bien, pero en el mío había un error y me descontarían el 50% de mi sueldo. Ni fresas ni agua del grifo. Así que me senté al lado del pobre M, que por qué no decirlo, a mí me parecía muy atractivo e interesante y me tenía fascinada, y empecé a quejarme durante un larguísimo período de tiempo en el que él escuchaba pacientemente nuestras miserias, sin prestar demasiada atención.
Y bueno, desde entonces S se dedicó a ver la tv de manera compulsiva, R a bajar la cabeza cuando le reñía la tía del piercing en la encía cuyo nombre no recuerdo y además me da igual, y yo a hablar con M, que me miraba con cara de póquer.
Un día volvió M del trabajo, muy guapo con su traje, y dijo que traía una cosa para mí. Y yo ya me imaginaba otra vez una de esas cartas burocráticas que me traían por el camino de la amargura, y sólo quería que me diese la santa carta para ir a reclamar mi dinero lo antes posible, y él jugaba “Guess” y bueno, yo le dije que no me marease con adivinanzas. Y de repente, tan lindo, sacó de su mochila un paquete de fresas.

2 Comments:

Anonymous Anonimo dice cuenta comenta...

ohhh!! que historia con final bonito!!
te explico querida, no lo dibujé yo (aunque dados mis dotes artísticos podría ser yo quien lo dibujase), el monigote en la mano deduzco que lleva un rollo de esos de limpiar pistolas, que es lo que hay debajo de su culo. Es decir, se sentó en ella y le mató.
xd

8:17 PM  
Anonymous Anonimo dice cuenta comenta...

yogu??
no te entiendo señorita de todas formas la imagen la robe de google,como otras muchas cosas q robo... google es la salvacion!!!

8:28 PM  

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