Es difícil conocerse a uno mismo, conocer a los demás es prácticamente imposible. Podemos prever ciertas conductas, eso no tiene mérito, basta observar, pero no podemos saber lo que los demás sienten, opinan y, especialmente, desean.
Ni siquiera sabemos lo que es el deseo; dónde están los límites, qué es lo que deseamos en realidad, qué es lo que no nos atrevemos a desear, qué nos gustaría que deseasen lo que nos rodean.
Lo más habitual es desear conceptos abstractos para así tener una excusa ante el fracaso. Lo más pobre y mundano es plantearse objetivos demasiado realistas, de esos que se van a cumplir aunque no nos esforcemos lo más mínimo.
Lo más honesto debe de ser -supongo- regocijarse en los deseos (en los más oscuros objetos de deseo, o no, que no todos tienen la imaginación igual de poderosa) y plantarles cara: deseo contra el/la que desea, y la línea que separa la fantasía y la aburrida realidad desdibujándose y volviéndose a pintar con distintos trazos cada vez, más finos, más gruesos…