venerdì, aprile 28, 2006

Supongamos que por desgracia conoces a una persona a la que tiempo después desearías no haber conocido nunca.
Pueden tener lugar dos situaciones diversas, la primera: que desde el inicio sospechabas o aún tenías la certeza de que establecías vínculos peligrosos con una mala persona de tantas que te rodean. La segunda: que te has dejado engañar y has bajado la guardia demasiado temprano, ilusionándote con alguien que no se mostraba ante ti en todo su esplendor.
Supongamos que, sea como sea, le das tu confianza a esa persona y la rompe.
Lo más coherente sería negarle la oportunidad de decepcionarte por segunda vez.
O tal vez debes obrar con caridad y darle una oportunidad para limpiar su imagen, ya deteriorada.
Imaginemos que, a regañadientes y con desconfianza, le has regalado todas las ocasiones que tu paciencia (orgullo y corazón también, porqué no) ha podido tolerar de reparar el daño causado y que constantemente te ha defraudado.
No olvidemos que no hablamos de un incidente aislado sino de una acumulación tal capaz de acabar con los nervios del ser humano más tranquilo. Con el agravante de que no eres ni de lejos el ser humano más tranquilo.
Supongamos que esa persona reaparece no una sino repetidas veces con el pretexto de recuperar una relación –del tipo que sea- para dicha persona –sólo según sus palabras- importante. Demos por hecho, claro, que ya ni te lo crees.
Supongamos que le dejas claro, y no de la manera más amable, que no te interesa lo más mínimo el más superficial contacto y que esta persona no lo entiende, o parece no hacerlo.
Supongamos que esta relación con esta persona implica a más personas y la mayoría, salvo la persona que desearías no haber conocido (y cada día que aparece –porque cuando no aparece no lo recuerdas- maldices el día en que tuvo lugar la presentación y piensas que ojalá pudieses volver atrás en el tiempo y borrar ese momento y cierras los ojos muy fuerte y la gente que está contigo cree que estás empezando a perder la razón y de hecho no se equivocan) salen perjudicadas.
Esa pobre persona se cree que le odias porque es incapaz de aceptar que aunque no te gusta tampoco te importa.
Podemos también especular sobre el contexto.
Y es que la gente te pregunta qué es lo que ha pasado (por qué cuándo y dónde y que llevabais puesto, si es que estabais vestidos) y se empeñan en que vuestros caminos vuelvan a unirse por el bien de la humanidad.
O puede que no, quizás todo el mundo se ponga de tu parte y te consideren una gran víctima de tanta maldad como pueda acumularse en una persona y te compadezcan mucho y a ti en realidad te encante tu papel de pobre –pero de conducta intachable- infeliz y te regocijes en tu dolor –que ni tanto dolor es, pero tú dices que sí para que te den mimos-.
Sea como sea nadie se mantendrá al margen, todos expresarán su opinión y compararán tu situación con otras que no tienen nada que ver en absoluto y cada persona sentirá que está en posesión de la verdad imperiosa.
Al final lo único que te resta es la absoluta certeza de que no será el último sino acaso uno de las primeros personajes de tebeo –y no te quiero ver más- que aparecerán en tu vida, y que a éste seguirán otros tantos igual de nocivos para tu úlcera o peores y te reafirmas en la teoría de que tus amigas y amigos -algunas de las cuales piensan como tú- son la excepción a lo razonable de tu misantropía.
Feliz graduación!